por Vito Amalfitano
Aquella gira del 25 por Europa fue un premio y un mandato. Aquel del viaje en barco con un kinesiólogo que fue el único hincha y que le dio lugar a la leyenda del “número 12”. Lo más importante es que Boca representó tan bien al fútbol argentino en ese periplo que se hizo acreedor a un título honorífico que se transformó en una estrella más, oficial, para la rica historia del club de La Ribera.
Pero ese premio, esa distinción, implicó también un mandato, una responsabilidad. Boca asumió desde su génesis,- al venir de los barcos y al extender su gloria iniciática desde los barcos-, la representatividad internacional. Es decir, había casi un orden genético que iba a llevar irremediablemente a su estirpe copera.
Pero faltaba la coronación, la confirmación, la consolidación como equipo precursor en eso de representar al país a nivel internacional. Hubo otra prehistoria en el medio, al ser el primer equipo que le dio importancia real a la Copa Libertadores al dejar el recuerdo marcado de esas memorables finales antes el Santos de Pelé.
Pero tenía que llegar, irremediablemente, ese postergado día en el que Boca empezara a transitar su camino predestinado de otro “Rey de Copas”, si a Independiente se lo considera como el primero.
Y ese día, esa noche, finalmente llegó. Y fue a lo Boca. Con toda la épica. Y fue ese instante, hace exactamente 40 años, el que le puso un mojón al destino de gloria internacional. El momento en el que las manos de Gatti atraparon todo ese mandato, o más bien despejaron todos los obstáculos para que ese camino finalmente se terminara de iniciar.
Hace 40 años, en la noche del 14 de septiembre de 1977, millones de personas frente al televisor en blanco y negro, y unos miles en el también mítico estadio Centenario de Montevideo, asistieron al comienzo de esa estirpe copera. Boca ya era muy grande, pero desde ese penal atajado por Hugo Orlando Gatti a Vanderley pasó a ser, para muchos, o el más grande o uno de los dos más grandes desde la perspectiva del futbolero del exterior, desde todo el mundo. Boca campeón de América. Las letras de molde, blancas, sobre la pantalla en blanco y negro. Boca campeón de América. Lo cantó Arias en la tele, Veiga en la radio, el Loco en ese salto inolvidable. El recuerdo de aquella final interminable contra Cruzeiro, que empezó en la Bombonera con un gol del talentoso Toti Veglio, continuó en Belo Horizonte con un misil de Nelinho, y terminó apenas 48 horas después de la revancha, en el Centenario, en tercer partido, en una definición muy diferente a la actual. Y después de 120 minutos más, esos penales, el envio con suspenso de Mouzo, ese salto del Loco, y la consagración.
Gatti; Pernía, Sá (Tesare en esa final), Mouzo y Tarantini; Benítez, Suñé, Zanabria; Mastrángelo, Veglio y Feldman. Uno de esos equipos que se aprendían de memoria,-más allá de cambios circunstanciales’, y que con solo mencionarlo desmentía un estigma de aquellos días: el de que el equipo del Toto Lorenzo era “defensivo”. En esa formación, solo Suñé como teórico volante de contención, alguien que sabía todo con la pelota y la cabeza.
Claro, el equipo era tan corto, tan ordenado, ocupaba tan bien los espacios, que además de tener grandes jugadores de fútbol en ataque, como el propio Veglio, Zanabria, el Chino Benítez, Mastrángelo y Feldman, costaba muchísimo entrarle.
Todo un anticipo de su continuador. El equipo que prolongó y agrandó el mandato más de dos décadas después. El Boca copero de Carlos Bianchi. Tan sólido como aquel, y tan brillante, tanto que contó con la conducción del mejor jugador del mundo del comienzo del milenio, Juan Román Riquelme. Con los goles de Palermo, y 5 tan dúctil y tan duro como aquel Suñé, “Chicho” Serna… Pero esa fue otra historia… La que hoy se recuerda, de hace 40 años, es cuando por fín arrancó lo que estaba predestinado desde el 25. El Boca del mundo.